lunes, 30 de diciembre de 2013

Desempolvando la política de clase

Los “chavs”, o los equivalentes ingleses a los calificados en España como pokeros, canis, bakalas, jinchos y chonis. Adjetivos, todos ellos, que se refieren al mismo perfil de persona. En el caso masculino: el macarra del parque que se dedica a “tunear” coches de desgüace. En el ámbito femenino podría ser perfectamente el estereotipo de la joven hortera y mal hablada que se paga unas tetas nuevas con el subsidio de desempleo. Este es el eje en torno al cual gira el ensayo del columnista y escritor Owen Jones, titulado “Chavs: La Demonización de la Clase Obrera”.

Jones desarrolla en su ensayo la manera con la que se presenta ante la sociedad este estereotipado grupo: una panda de de desaliñados, vagos e incultos, habitualmente británicos de nacimiento, desprovistos de valores positivos como el esfuerzo, que tras haber fracasado en la vida se dedican a “chupar del bote” es decir a vivir de las prestaciones de desempleo o de incapacidad.

A partir de este punto, Jones explica, de manera redundante en algunos episodios, la manera con la que las instituciones, en especial medios de comunicación y los partidos políticos, se dirigen a esta subclase, un “apestoso vestigio de la respetable clase trabajadora tradicional”.

El origen del estereotipo “chav” y de la clase social a la que va pegada, radica en una feroz lucha de clases desatada por los gobiernos tories (adjetivo con el que se conoce al ala más conservadora de las derechas británicas) de Margaret Tatcher en la década de 1980’s.

Durante sus gobiernos, las políticas de la dama de hierro privatizaron la mayor parte de las empresas estatales, como las que que gestionaban el gas el agua y la electricidad, lo que provocó una oleada de protestas, protagonizadas por los sindicatos que tuvo su máxima expresión en la huelga de los mineros de 1984-1985.

Los trabajadores fueron a la huelga porque el cierre propuesto de 20 de las 174 minas estatales dejaba a 20.000 trabajadores en la calle. El resultado fue la privatización progresiva del total de las minas y una derrota apabullante de la cual los sindicatos jamás se volverían a recuperar.

Fue entonces, cuando los conservadores y el poder económico se encontraron con un terreno de juego allanado para desarrollar sus políticas neoliberales, como las privatizaciones anteriormente citadas, o la liberalización de la vivienda pública. Todas ellas, medidas dirigidas a crear una clase media en la que el progreso o el fracaso no fuera una cuestión común y colectiva como antes, sino individual. Lo que suponía la destrucción del tejido productor como clase, con sus valores y su poder.

Emergía pues, tal y como confirma una y otra vez Jones  con datos y entrevistas, una masa amorfa y fragmentada de trabajadores, muchos de ellos en paro, con trabajos peor pagados y de peor calidad.

Allá en donde había existido una fabrica o una mina que garantizaba un puesto de trabajo para aquellos jóvenes que allí habitaban, se construía un centro comercial, o un supermercado que en el mejor de los casos daba trabajo a menos de la mitad de las personas que trabajaban en dicha fábrica o mina.

Todo esto contribuía, en primer lugar, a crear una subclase de jóvenes sin futuro que no tuvieron miedo a la hora de delinquir para subsistir, o para mejorar sus condiciones de vida. Y en segundo lugar, a  aumentar la tasa de beneficiarios del subsidio por desempleo. Por otra parte, los valores como el esfuerzo, la dignidad a la hora de ganarse el pan, o la combatividad colectiva, que caracterizaron al proletariado británico tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaban a perderse.

algunos chavs saquean una tienda durante los disturbios iniciados en Londres, en 2011
Asimismo, la marginalidad en las comunidades más castigadas crecía porque la desamortización de la vivienda pública hizo que los habitantes mejor situados socialmente emigraran.                               

La naciente subclase en cuestión, poco a poco se vio sometida a una serie de prejuicios de distinta índole por parte de la sociedad y de los media que cristalizaron en el término “chav”, estereotipo para expresar el odio fundamentalmente hacia los blancos de clase social muy baja.

A menudo, comenzaron a protagonizar chistes de mal gusto, baratos reality shows y a ejercer como tema principal de páginas web en las que los usuarios se desahogaban hablando de lo peligrosas que son las comunidades en las que habitan. De hecho, empezaron a ser sujetos de reportajes y noticias en las que se les daba un trato injusto

ridiculización de un chav (ilustración hallada en la red)
Los análisis y los comentarios de los creadores de opinión de la derecha y de la izquierda moderada, comenzaron a hablar de ellos y a culparles de su propio fracaso y del lento progreso que sufría el resto de la sociedad, ya que les acusaban de despilfarrar las prestaciones que recibían y que tanto esfuerzo le costaba a la clase media crear a través de los impuestos.

Todo ello formaba parte de una estrategia de los diferentes gobiernos y de los poderes económicos, dirigida a culpar a la clase trabajadora de sus males y a crear motivos para mantener la desigualdad social, cada vez más creciente.

Pero la historia no acaba aquí, el autor analiza el reciente ascenso electoral de la extrema derecha en las antiguas comunidades pobladas por los chavs, y llega a la conclusión de que el triunfo en muchos de estos distritos se debe fundamentalmente a la transformación brutal que sufrió el viejo laborismo tras la Segunda Guerra Mundial.

En un Reino Unido en el que el centro de atención estaba la mal definida por el Tatcherismo “clase media”, la izquierda no supo reorientar su línea y siguió la senda marcada por los tories, es decir, mantuvieron las mismas políticas económicas de liberalización de sectores públicos y de destruición de tejido industrial, con el objetivo de aumentar esa clase media y hacerla más fuerte en detrimento de una subclase apática, desempleada y mantenida, eso sí, con prestaciones más gruesas que las que sugerían los conservadores.

El nuevo laborismo post-tacherista de Blair y Gordon Brown no satisfacía a esta subclase porque estaba muy lejos de ella políticamente y no tenía respuestas de izquierda a sus problemas.

El autor ilustra esto con lo que se llamo en la prensa el escándalo del “Bigotgate”: Gordon Brown, el candidato laborista para las elecciones de 2010, ofendía en su coche oficial a una señora con un pasado familiar vinculado fuertemente al Partido Laborista, y a su vez, habitante de una comunidad castigada por el desempleo, después de haber mantenido una conversación con ella durante la campaña electoral.

 La mujer, aparte de haberle preguntado cómo iba a reducir la deuda pública que padecía el estado y de haber puesto el dedo en la yaga sobre las abultadas matrículas que ya pagaban los universitarios durante el presente gobierno laborista, le había dicho que últimamente veía demasiados inmigrantes del este.

El señor Brown, que se limitaba a poner parches de forma educada para ganarse el voto, se despidió agradecidamente por haber conversado con ella y se marchó en su coche oficial. Entonces, comenzó a cargar contra sus asesores por haberla citado con esa señora tan bigotuda, lo cual no había sido una buena idea porque decía que se había sentido presionado. Lo que no sabía el candidato laborista era que sus traperas injurias estaban siendo registradas por un micrófono abierto.

El evidente vació electoral en algunos de estos barrios, antiguamente con una fuerte presencia del Partido Laborista, se ha venido llenando con el protagonismo del British National Party (BNP), el grupo liderado por Nick Griffin, en cuyos discursos aparece reiteradamente una retorica filo racista y nacionalista extrema.
Este partido ha conseguido ganarse la simpatía de muchos chavs a través de un argumentario que sitúa a los inmigrantes (africanos, pakistaníes, europeos del este…) en el centro de la deplorable situación en la que vivían.

Según el mensaje de la extrema derecha, el escaso trabajo que ha padecido la clase obrera blanca y británica en estas comunidades se debe a que los baratos inmigrantes trabajan por menos dinero y por lo tanto, tienen más probabilidades de estar activos y de quitarles el trabajo a los británicos. La misma explicación vale para hablar de las prestaciones que reciben, insignificantes debido a que los inmigrantes saturan las listas.

Estas ideas, tal y como asegura el autor con datos, han calado tristemente en algunas comunidades tradicionalmente de clase trabajadora como una contraofensiva a la demonización que venían padeciendo los trabajadores británicos, pues sin una identidad tan definida como la que tenía la clase obrera pre-Tatcherista, resultaba difícil presentarse dignamente ante la sociedad. Algo que, según el controvertido juicio de Jons, no sucedía con las comunidades de extranjeros, cuyos valores étnicos estaban más establecidos y bien vistos por la sociedad en general, debido al arraigo del multiculturalismo.

Finalmente, el autor concluye en que para devolver la dignidad y los derechos perdidos a la clase trabajadora es necesario encauzar el rumbo del barco representado por la izquierda hacia una nueva política de clase multirracial que incorpore también a las clases medias.

Es decir, hacía una política que focalice su discurso en la defensa de lo público, tanto de gastos como de ingresos, y en los derechos sociales y laborales para empoderar a los de abajo y reducir la desigualdad de fuerzas existente entre la clase alta y las clases media y baja. Esto implicaría superar el discurso xenófobo del fascismo del siglo XXI que culpa al extranjero de todos los males de la sociedad.

Así, se recomienda volver a dotar de poder a los trabajadores en la sociedad, pero asumiendo las nuevas condiciones y características de la mano de obra, muy fragmentada como clase, una gran parte de ella desempleada, otra trabajando en condiciones precarias y en trabajos temporales, la mayoría presente en el sector servicios, y una parte importante situada en la clase media.

CONCLUSIONES
En su libro, Jones aborda, con la excusa de profundizar en el concepto chav, cuestiones interesantes que ayudan a entender cosas como el individualismo actual que existen entre los trabajadores de hoy en día, ya que realiza un análisis del presente y del pasado, de cómo un proyecto político impulsado por las clases adineradas triunfó a finales del XX, se asentó tras la caída del Muro de Berlín y de las economías del este y se asumió por los trabajadores durante la primera década del siglo XXI.

Sin embargo, peca a menudo de generalizar a lo largo del relato ya que presenta a la clase trabajadora exclusivamente como víctima de una lucha de clases. Nunca le atribuye ni la más mínima responsabilidad, individual o colectiva, de por qué está así.


Por otra parte, ofrece una línea divisoria entre la clase obrera y los chavs y el resto de clases (especialmente la clase media) que puede llegar a ser algo confusa. La realidad en este aspecto puede llegar a ser controvertida ya que ¿dónde está esa supuesta clase media cuando se queda en el paro, por ejemplo, o cuando sufre las medidas de recortes sociales? ¿Sigue siendo clase media o de repente se vuelve clase baja? ¿Dónde está la frontera entre ambas?

Profundizando en este aspecto, pueden surgir más dudas: ¿Existe en esa clase media, personas con actitudes similares a las que muestran los chavs, o el término chav solo vale para los vándalos e incultos de la clase baja?

En cuanto a la cuestión racial, se observa cómo el concepto chav está reservado para los blancos de clase obrera, sin embargo, y aunque la sociedad británica se esfuerza por imponer una línea racial al concepto chav, parece ser cierto que, aunque los inmigrantes no se presenten a veces directamente con las actitudes chavs, muchos de ellos están sometidos a las mismas condiciones y comportamientos que ellos y, al margen de eso, a un racismo que suele estar presente en todas las clases sociales. Esto quizás cueste trabajo observarlo a lo largo del ensayo.

Asimismo, se echan de menos análisis alternativos honestos que nos ayuden a entender en que cuestiones han progresado  y de qué se han beneficiado para crecer económicamente las capas bajas a finales del XX y principios del XXI, ya que queda bastante claro en qué cuestiones han retrocedido, pero no en que han progresado, o de que se han valido para crecer económicamente tras las políticas de Tatcher.

En cualquier caso, es un libro de recomendada lectura para aquellos que andan perdidos en esta sociedad individualista y que no entienden por qué el voto de la izquierda está tan dividido y por qué le gusta tanto la abstención. Para aquellos que no entienden, por ejemplo, por qué cuando van a una manifestación, no le acompaña su grupo de amigos y familiares, aunque padezcan las mismas políticas de expolio que las clases dirigentes inoculan constantemente, da igual que sean del estrato más bajo o de una posición más acomodada.

Por supuesto, también es imprescindible para el estudio de la tradicional clase obrera industrial, hoy transformada en un sector que tiene que ver más con la precariedad, el trabajo temporal en empresas del sector servicios y la división.

Además, permite entender la evolución de esta clase y sus resultados: una subclase demonizada que pasó a trabajar en condiciones precarias y a engrosar el “ejército de parados”. Un grupo de desarrapados contra los cuales es fácil cargar desde la cúspide de la pirámide porque tienen a la gran mayoría de la sociedad y de los medios en su contra. 

*En la primera foto, algunos chavs saquean una tienda durante los disturbios iniciados en Londres, en 2011. En la segunda foto, ridiculización de un chav (ilustración hallada en la red). En la tercera foto, portada y contraportada del libro.

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