Los “chavs”, o los equivalentes ingleses a los
calificados en España como pokeros, canis, bakalas, jinchos y chonis. Adjetivos, todos
ellos, que se refieren al mismo perfil de persona. En el caso masculino: el
macarra del parque que se dedica a “tunear” coches de desgüace. En el ámbito
femenino podría ser perfectamente el estereotipo de la joven hortera y mal hablada
que se paga unas tetas nuevas con el subsidio de desempleo. Este es el eje en
torno al cual gira el ensayo del columnista y escritor Owen Jones, titulado
“Chavs: La Demonización de la Clase Obrera”.
Jones desarrolla en su ensayo la manera con la que
se presenta ante la sociedad este estereotipado grupo: una panda de de
desaliñados, vagos e incultos, habitualmente británicos de nacimiento,
desprovistos de valores positivos como el esfuerzo, que tras haber fracasado en
la vida se dedican a “chupar del bote” es decir a vivir de las prestaciones de
desempleo o de incapacidad.
A partir de este punto, Jones explica, de manera
redundante en algunos episodios, la manera con la que las instituciones, en
especial medios de comunicación y los partidos políticos, se dirigen a esta
subclase, un “apestoso vestigio de la respetable clase trabajadora
tradicional”.
El origen del estereotipo “chav” y de la clase
social a la que va pegada, radica en una feroz lucha de clases desatada por los
gobiernos tories (adjetivo con el que se conoce al ala más conservadora de las
derechas británicas) de Margaret Tatcher en la década de 1980’s.
Durante sus gobiernos, las políticas de la dama de hierro
privatizaron la mayor parte de las empresas estatales, como las que que
gestionaban el gas el agua y la electricidad, lo que provocó una oleada de
protestas, protagonizadas por los sindicatos que tuvo su máxima expresión en la
huelga de los mineros de 1984-1985.
Los
trabajadores fueron a la huelga porque el cierre propuesto de 20 de las 174
minas estatales dejaba a 20.000 trabajadores en la calle.
El resultado fue la privatización progresiva del total de las minas y una
derrota apabullante de la cual los sindicatos jamás se volverían a recuperar.
Fue entonces, cuando los conservadores y el poder
económico se encontraron con un terreno de juego allanado para desarrollar sus
políticas neoliberales, como las
privatizaciones anteriormente citadas, o la liberalización de la vivienda
pública. Todas ellas, medidas dirigidas a crear una clase media en la que
el progreso o el fracaso no fuera una cuestión común y colectiva como antes,
sino individual. Lo que suponía la
destrucción del tejido productor como clase, con sus valores y su poder.
Emergía pues, tal y como confirma una y otra vez Jones con datos y entrevistas, una masa amorfa y
fragmentada de trabajadores, muchos de ellos en paro, con trabajos peor pagados
y de peor calidad.
Allá
en donde había existido una fabrica o una mina que garantizaba un puesto de
trabajo para aquellos jóvenes que allí habitaban, se construía un centro
comercial, o un supermercado que en el mejor de los casos daba trabajo a menos
de la mitad de las personas que trabajaban en dicha fábrica o mina.
Todo esto contribuía, en primer lugar, a crear una
subclase de jóvenes sin futuro que no tuvieron miedo a la hora de delinquir
para subsistir, o para mejorar sus condiciones de vida. Y en segundo lugar, a aumentar la tasa de beneficiarios del subsidio
por desempleo. Por otra parte, los valores como el esfuerzo, la dignidad a la
hora de ganarse el pan, o la combatividad colectiva, que caracterizaron al
proletariado británico tras la Segunda Guerra Mundial, comenzaban a perderse.
algunos chavs saquean una tienda durante los disturbios iniciados en Londres, en 2011 |
La naciente subclase en cuestión, poco a poco se vio
sometida a una serie de prejuicios de distinta índole por parte de la sociedad y de los media que cristalizaron en
el término “chav”, estereotipo para expresar el odio fundamentalmente hacia los blancos
de clase social muy baja.
A menudo, comenzaron a protagonizar chistes de mal
gusto, baratos reality shows y a ejercer como tema principal de páginas web en
las que los usuarios se desahogaban hablando de lo peligrosas que son las
comunidades en las que habitan. De hecho, empezaron a ser sujetos de reportajes
y noticias en las que se les daba un trato injusto
ridiculización de un chav (ilustración hallada en la red) |
Todo ello formaba parte de una estrategia de los
diferentes gobiernos y de los poderes económicos, dirigida a culpar a la clase
trabajadora de sus males y a crear motivos para mantener la desigualdad social,
cada vez más creciente.
Pero la historia no acaba aquí, el autor analiza el
reciente ascenso electoral de la extrema derecha en las antiguas comunidades
pobladas por los chavs, y llega a la conclusión de que el triunfo en muchos de estos
distritos se debe fundamentalmente a la transformación brutal que sufrió el
viejo laborismo tras la Segunda Guerra Mundial.
En un Reino Unido en el que el centro de atención
estaba la mal definida por el Tatcherismo “clase media”, la izquierda no supo
reorientar su línea y siguió la senda marcada por los tories, es decir,
mantuvieron las mismas políticas económicas de liberalización de sectores
públicos y de destruición de tejido industrial, con el objetivo de aumentar esa
clase media y hacerla más fuerte en detrimento de una subclase apática,
desempleada y mantenida, eso sí, con prestaciones más gruesas que las que
sugerían los conservadores.
El nuevo laborismo post-tacherista de Blair y Gordon
Brown no satisfacía a esta subclase porque estaba muy lejos de ella
políticamente y no tenía respuestas de izquierda a sus problemas.
El autor ilustra esto con lo que se llamo en la
prensa el escándalo del “Bigotgate”: Gordon Brown, el candidato laborista para
las elecciones de 2010, ofendía en su coche oficial a una señora con un pasado
familiar vinculado fuertemente al Partido Laborista, y a su vez, habitante de
una comunidad castigada por el desempleo, después de haber mantenido una
conversación con ella durante la campaña electoral.
La mujer, aparte
de haberle preguntado cómo iba a reducir la deuda pública que padecía el estado
y de haber puesto el dedo en la yaga sobre las abultadas matrículas que ya pagaban
los universitarios durante el presente gobierno laborista, le había dicho que últimamente
veía demasiados inmigrantes del este.
El señor Brown, que se limitaba a poner parches de
forma educada para ganarse el voto, se despidió agradecidamente por haber
conversado con ella y se marchó en su coche oficial. Entonces, comenzó a cargar
contra sus asesores por haberla citado con esa señora tan bigotuda, lo cual no
había sido una buena idea porque decía que se había sentido presionado. Lo que
no sabía el candidato laborista era que sus traperas injurias estaban siendo
registradas por un micrófono abierto.
El evidente vació electoral en algunos de estos
barrios, antiguamente con una fuerte presencia del Partido Laborista, se ha
venido llenando con el protagonismo del British National Party (BNP), el grupo
liderado por Nick Griffin, en cuyos discursos aparece reiteradamente una
retorica filo racista y nacionalista extrema.
Este partido ha conseguido ganarse la simpatía de
muchos chavs a través de un argumentario que sitúa a los inmigrantes (africanos,
pakistaníes, europeos del este…) en el centro de la deplorable situación en la que vivían.
Según el mensaje de la extrema derecha, el escaso
trabajo que ha padecido la clase obrera blanca y británica en estas comunidades se debe a que los baratos
inmigrantes trabajan por menos dinero y por lo tanto, tienen más probabilidades
de estar activos y de quitarles el trabajo a los británicos. La misma
explicación vale para hablar de las prestaciones que reciben, insignificantes
debido a que los inmigrantes saturan las listas.
Estas ideas, tal y como asegura el autor con datos,
han calado tristemente en algunas comunidades tradicionalmente de clase
trabajadora como una contraofensiva a la demonización que venían padeciendo los
trabajadores británicos, pues sin una identidad tan definida como la que tenía la clase obrera pre-Tatcherista, resultaba difícil
presentarse dignamente ante la sociedad. Algo que, según el controvertido
juicio de Jons, no sucedía con las comunidades de extranjeros, cuyos valores étnicos estaban más establecidos y bien vistos por la sociedad en general, debido al arraigo del
multiculturalismo.
Finalmente, el autor concluye en que para devolver
la dignidad y los derechos perdidos a la clase trabajadora es necesario
encauzar el rumbo del barco representado por la izquierda hacia una nueva
política de clase multirracial que incorpore también a las clases medias.
Es decir, hacía una política que focalice su
discurso en la defensa de lo público, tanto de gastos como de ingresos, y en los
derechos sociales y laborales para empoderar a los de abajo y reducir la
desigualdad de fuerzas existente entre la clase alta y las clases media y baja.
Esto implicaría superar el discurso xenófobo del fascismo del siglo XXI que
culpa al extranjero de todos los males de la sociedad.
Así, se recomienda volver a dotar de poder a los trabajadores
en la sociedad, pero asumiendo las nuevas condiciones y características de la
mano de obra, muy fragmentada como clase, una gran parte de ella desempleada, otra trabajando en
condiciones precarias y en trabajos temporales, la mayoría presente en el sector servicios, y una parte
importante situada en la clase media.
CONCLUSIONES
En su libro, Jones aborda, con la excusa de
profundizar en el concepto chav, cuestiones interesantes que ayudan a entender
cosas como el individualismo actual que existen entre los trabajadores de hoy
en día, ya que realiza un análisis del presente y del pasado, de cómo un
proyecto político impulsado por las clases adineradas triunfó a finales del XX,
se asentó tras la caída del Muro de Berlín y de las economías del este y se
asumió por los trabajadores durante la primera década del siglo XXI.
Sin embargo, peca a menudo de generalizar a lo largo
del relato ya que presenta a la clase trabajadora exclusivamente como víctima
de una lucha de clases. Nunca le atribuye ni la más mínima responsabilidad,
individual o colectiva, de por qué está así.
Profundizando en este aspecto, pueden surgir más dudas: ¿Existe en esa clase media, personas
con actitudes similares a las que muestran los chavs, o el término chav solo
vale para los vándalos e incultos de la clase baja?
En cuanto a la cuestión racial, se observa cómo el
concepto chav está reservado para los blancos de clase obrera, sin embargo, y
aunque la sociedad británica se esfuerza por imponer una línea racial al
concepto chav, parece ser cierto que, aunque los inmigrantes no se presenten a
veces directamente con las actitudes chavs, muchos de ellos están sometidos a
las mismas condiciones y comportamientos que ellos y, al margen de eso, a un racismo que
suele estar presente en todas las clases sociales. Esto quizás cueste trabajo
observarlo a lo largo del ensayo.
Asimismo, se echan de menos análisis alternativos
honestos que nos ayuden a entender en que cuestiones han progresado y de qué se han beneficiado para crecer
económicamente las capas bajas a finales del XX y principios del XXI, ya que
queda bastante claro en qué cuestiones han retrocedido, pero no en que han
progresado, o de que se han valido para crecer económicamente tras las
políticas de Tatcher.
En cualquier caso, es un libro de recomendada
lectura para aquellos que andan perdidos en esta sociedad individualista y que
no entienden por qué el voto de la izquierda está tan dividido y por qué le
gusta tanto la abstención. Para aquellos que no entienden, por ejemplo, por qué
cuando van a una manifestación, no le acompaña su grupo de amigos y familiares,
aunque padezcan las mismas políticas de expolio que las clases dirigentes inoculan
constantemente, da igual que sean del estrato más bajo o de una posición más
acomodada.
Por supuesto, también es imprescindible para el
estudio de la tradicional clase obrera industrial, hoy transformada en un
sector que tiene que ver más con la precariedad, el trabajo temporal en
empresas del sector servicios y la división.
Además, permite entender la evolución de esta clase
y sus resultados: una subclase demonizada que pasó a trabajar en condiciones precarias
y a engrosar el “ejército de parados”. Un grupo de desarrapados contra los
cuales es fácil cargar desde la cúspide de la pirámide porque tienen a la gran
mayoría de la sociedad y de los medios en su contra.
*En la primera foto, algunos chavs saquean una tienda durante los disturbios iniciados en Londres, en 2011. En la segunda foto, ridiculización de un chav (ilustración hallada en la red). En la tercera foto, portada y contraportada del libro.
*En la primera foto, algunos chavs saquean una tienda durante los disturbios iniciados en Londres, en 2011. En la segunda foto, ridiculización de un chav (ilustración hallada en la red). En la tercera foto, portada y contraportada del libro.